A pocos pasos de la bulliciosa estación de tren Kurski Vokzal, se alza uno de los complejos industriales más singulares de Moscú: “Arma”. Aunque el lugar está compuesto por varios edificios históricos, la atención se la llevan sin duda cuatro gigantes de ladrillo rojo, perfectamente cilíndricos, que alguna vez guardaron la energía que iluminó la capital rusa en el siglo XIX.
Estos colosos de 20 metros de altura y 40 de diámetro —además de otros 10 metros ocultos bajo tierra— no fueron construidos por capricho arquitectónico, sino para una función muy concreta: almacenar gas. Diseñados por el ingeniero Rudolf Bernhard en la década de 1860, formaban parte del primer gasómetro de Moscú, cuya inauguración en 1865 permitió encender los primeros faroles a gas de la ciudad. Apenas tres años después, ya brillaban varios miles en sus calles.
Complicaciones y cierre
Sin embargo, la historia de estos cilindros no estuvo exenta de dificultades. La empresa anglo-holandesa que gestionaba el gas fue perdiendo terreno frente a los comerciantes de queroseno, que propagaban rumores sobre lo “peligroso” que era el nuevo combustible. El negocio pasó a manos francesas y, finalmente, en 1905 el complejo se convirtió en propiedad municipal. Para entonces, Moscú contaba con 230 kilómetros de redes de gas y casi 9 mil faroles urbanos.
Con la llegada del gasoducto Saratov–Moscú en la década de 1940, la producción local dejó de ser necesaria. Los gasómetros fueron vaciados y sus enormes depósitos metálicos desmantelados. En su lugar aparecieron talleres de fabricación de equipos de gas: contadores, estufas y válvulas.
Tras el cierre definitivo en 2002, los cilindros vivieron su segunda transformación. Primero fueron refugio de artistas, diseñadores y clubes nocturnos, hasta que entre 2011 y 2015 se llevó a cabo una profunda restauración. Se reforzaron cimientos, se abrieron tragaluces y se les dio un nuevo rostro, capaz de conjugar su pasado industrial con el presente creativo de la ciudad.
¿Cómo son estos gigantes rojos en la actualidad?
Hoy, entrar en estos cilindros de ladrillo significa descubrir un universo inesperado: oficinas, restaurantes, tiendas de diseño, salas de exposiciones, oficinas de coworking e incluso un curioso Museo de las Emociones. Lo que alguna vez fue un espacio cerrado y funcional, ahora es un centro vibrante de cultura, trabajo y ocio que demuestra cómo la arquitectura industrial puede reinventarse sin perder su carácter monumental.
Las características arquitectónicas del complejo lo hacen único, uno de los más bellos de Moscú. Los gasómetros renovados de la Planta de Gas de Moscú crean una atmósfera única, y el distrito financiero sólo puede compararse con los territorios reconstruidos de las plantas de gas de Viena, Copenhague, Dresde y otras ciudades europeas.
Por cierto, “Arma” no es un nombre histórico: la empresa se llamó así recién en 1997. Anteriormente, el lugar se llamaba Kobylskaya Sloboda. Este último nombre que adquirió ha permanecido en los mapas de la ciudad. “Barrio/Distrito Comercial de Arma” es como ahora se llama este lugar.
Nota curiosa

Existe también un quinto gasómetro, ubicado a unos 90 metros de los cuatro principales. A diferencia de estos, es más pequeño —de apenas dos pisos— y nunca fue reconstruido exteriormente. La información sobre su historia es escasa, pero se sabe que, tras funcionar como depósito de gas, fue utilizado como almacén de amoníaco. Décadas después, en los años 2000, el edificio cobró una vida muy distinta al convertirse en sede de un club gay, que permaneció activo hasta enero de 2024, cuando cerró sus puertas debido a las nuevas leyes rusas anti-LGBT.