La restauración del Castillo de Matrera, en Villamartín (Cádiz), ha generado una de las controversias patrimoniales más comentadas de los últimos años. En 2015, tras el derrumbe de la torre medieval por el abandono y las lluvias, el arquitecto Carlos Quevedo Rojas dirigió una intervención que sorprendió a vecinos y expertos: en lugar de reconstruir la torre de forma mimética, levantó un volumen blanco y minimalista que contrasta con los muros originales.
La decisión, amparada por la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, buscaba tres objetivos: consolidar los restos en riesgo, diferenciar lo nuevo de lo antiguo y recuperar la volumetría original. Quevedo defendió que “no se puede falsificar el pasado” y que lo fundamental era evitar el colapso.
Sin embargo, asociaciones como Hispania Nostra calificaron la obra de “desastre” y “masacre patrimonial”, comparándola con el célebre Ecce Homo de Borja. Para los críticos, el acabado blanco desvirtúa el valor histórico y paisajístico del enclave.
La polémica traspasó fronteras y llegó a medios como The Guardian y The Times, convirtiéndose en un debate internacional sobre cómo debe afrontarse la conservación del patrimonio. A pesar de las críticas locales, el proyecto recibió en 2016 el premio Architizer A+ en la categoría de preservación, reconocimiento que avaló su rigor técnico y conceptual.
Construido en el siglo IX por Omar Ben Hafsun y testigo de las luchas entre musulmanes y cristianos, el Castillo de Matrera es hoy un símbolo dual: su restauración divide opiniones entre quienes la consideran un error estético y quienes la ven como una intervención valiente para salvar del olvido una fortaleza milenaria.
