En la carretera que cruza los olivares de la Sierra Sur de Sevilla, un cartel pintado a mano da la bienvenida: “Marinaleda, una utopía hacia la paz”. El visitante que llega hasta aquí descubre un pueblo pequeño —apenas 2.600 habitantes— que durante más de cuatro décadas ha sido conocido como la “micronación comunista” de Andalucía.
Las calles llevan nombres poco habituales: Avenida de la Libertad, Calle Jornaleros, Plaza del Obrero. En las fachadas se mezclan murales con puños en alto, retratos del Che Guevara y consignas contra la OTAN. Aquí, dicen los vecinos, el capitalismo es una palabra sucia.
La herencia de un alcalde eterno
Durante 44 años, desde 1979 hasta 2023, Marinaleda estuvo gobernada por Juan Manuel Sánchez Gordillo, un maestro de historia convertido en icono jornalero. Bajo su mandato, el pueblo se hizo famoso por sus marchas, huelgas y ocupaciones de fincas. El episodio más recordado ocurrió en 2012, cuando lideró junto a sindicalistas del SAT el asalto a varios supermercados en Écija y otros municipios: salieron con carros llenos de comida que, aseguraban, serían entregados a familias sin recursos.
La imagen dio la vuelta al mundo: un alcalde con kufiyya palestina, defendiendo la “expropiación” de alimentos como acto de justicia social. Para unos, fue un gesto de valentía. Para otros, simple populismo.
Hoy, Gordillo ya no ocupa la alcaldía, pero su figura sigue pesando en cada esquina del pueblo. Su sucesor, Sergio Gómez Reyes, intenta continuar con el mismo modelo: cooperativismo agrario, vivienda social y democracia asamblearia.
Un pueblo sin policía
En Marinaleda no hay policía local. Nunca la hubo. El argumento oficial es que, en una comunidad organizada y solidaria, no hacen falta agentes armados. “Aquí nos cuidamos entre todos”, dicen los defensores del sistema. Sin embargo, críticos apuntan que la ausencia de cuerpos de seguridad deja en manos de unos pocos el control social, y que las discrepancias políticas se silencian más de lo que se expresan en público.
Tierra colectiva y casas sin hipotecas
El corazón económico del pueblo late en la finca El Humoso, 1.200 hectáreas expropiadas en los años 80 tras largas ocupaciones. Allí se produce aceite, pimientos y alcachofas que alimentan la cooperativa Humar Marinaleda, principal empleador local. El lema pintado en la entrada no deja lugar a dudas: “La tierra para quien la trabaja”.
El modelo de vivienda también rompe con lo habitual en España: los vecinos construyen sus casas con materiales aportados por la Junta de Andalucía y mano de obra propia. Pagan apenas 15 euros al mes, sin bancos ni hipotecas. Calles enteras de casas blancas se levantaron así, una tras otra, como símbolo de un urbanismo alternativo.
Luces y sombras de la utopía
Pero no todo es épica revolucionaria. Marinaleda también arrastra controversias. La oposición ha denunciado un estilo de gobierno personalista, en el que Gordillo llegó a calificar de “traidores” a los vecinos que votaron en su contra. El monopolio de la cooperativa sobre el empleo ha generado tensiones, y los ingresos del pueblo siguen siendo de los más bajos de la provincia.
Los murales revolucionarios conviven con una paradoja: para sostener el modelo, el municipio ha dependido durante años de subsidios públicos y de acuerdos polémicos, como el contrato con Venezuela para vender aceite a precios muy superiores al mercado.
Entre el mito y la realidad
Marinaleda sigue siendo, a ojos de muchos, un lugar fuera del tiempo. Un pueblo sin policía, con murales del Che y recuerdos de asaltos a supermercados que dieron titulares internacionales. Un sitio que oscila entre la leyenda y la realidad, entre la utopía soñada y las contradicciones de lo cotidiano.
Para algunos, sigue siendo una utopía viviente. Para otros, un parque temático comunista que sobrevive a duras penas. Lo cierto es que Marinaleda, tras más de cuatro décadas de experimento, continúa en el ojo del huracán: un pueblo que se reivindica como ejemplo frente al capitalismo, pero que lucha cada día por justificar su propia existencia.