Guadalest, un pequeño pueblo alicantino enclavado entre montañas, presume de un curioso récord: es considerado el municipio de España con más museos por habitante. Con apenas 250 vecinos, el lugar ha convertido al turismo en su principal fuente de vida, ya sea a través de sus museos de fama internacional, su gastronomía o la decoración de sus calles de herencia árabe, repletas de tiendas de artesanía.
Entre esta variada oferta cultural destaca el Museo Microgigante, un espacio singular que combina dos mundos aparentemente opuestos: el de las miniaturas microscópicas y el de las esculturas gigantes.
Un recorrido breve pero sorprendente
El museo no es muy grande y, de hecho, suele sorprender que en taquilla se advierta que la visita puede realizarse en menos de diez minutos. Sin embargo, la experiencia depende de la curiosidad del visitante, ya que la contemplación de las obras puede prolongarse mucho más. Cada pieza invita a detenerse, fotografiar y observar con calma los detalles, lo que convierte el recorrido en una experiencia mucho más extensa y absorbente.
El mundo de lo gigantesco
Uno de los espacios más llamativos del museo está dedicado a las esculturas de gran tamaño, que ocupan una sala de doble altura. La obra central representa la creación de la vida: un corazón que se transforma en árbol, cuyas ramas nacen de una columna vertebral y se expanden por paredes y techos. Entre ellas se integran figuras de animales simbólicos, como un león y una leona —símbolos de realeza en la naturaleza—, además de un toro, un elefante y una cabra montesa.
La sala también incluye escenas de fusión entre seres humanos y elementos naturales: hombres unidos a peces o caracoles, una mujer injertada a una flor amamantando a un insecto, y un gran espejo que multiplica las formas tridimensionales en el techo. El conjunto se completa con un imponente caballo, visible desde distintos ángulos gracias a la estructura abierta de la sala.
El universo de lo microscópico
El otro gran atractivo del museo es su colección de miniaturas, que solo pueden apreciarse a través de lupas y microscopios.
Entre las piezas más sorprendentes del museo destacan el Kremlin esculpido sobre un fósil, una diminuta hormiga tocando el violín, el retrato del escultor tallado en un grano de arena, una aldea construida en la superficie de un hueso, una pareja de amantes escondida dentro de una flor y, quizá lo más curioso, unas pulgas vestidas jugando al fútbol.
Cada pieza, por su nivel de detalle, exige al visitante detenerse y maravillarse ante la destreza técnica y la creatividad que las hacen posibles.