En medio de las tormentosas islas Aleutianas, donde el Pacífico Norte se encuentra con el mar de Bering, se levanta Adak: un lugar que parece congelado en el tiempo. No es un destino turístico convencional. Aquí no hay hoteles, agencias de renta de autos ni mostradores de información. Solo dos vuelos semanales —si el clima lo permite— conectan la isla con Anchorage, y no es raro que los visitantes queden varados durante días por vientos huracanados.
De base naval estratégica a ciudad abandonada
Durante la Segunda Guerra Mundial, Adak fue clave en la campaña para expulsar a las fuerzas japonesas de las Aleutianas. Más tarde, en plena Guerra Fría, la Marina de Estados Unidos levantó en la isla una gigantesca base militar con más de 6.000 habitantes, radares, hangares y un puerto estratégico.
Cuando la base cerró en 1997, la vida desapareció de golpe. Las casas idénticas que alguna vez albergaron familias de militares quedaron vacías, los almacenes se oxidaron y hasta un McDonald’s quedó clausurado con menús que todavía anuncian vasos coleccionables de Jurassic Park. Hoy, caminar por Adak es recorrer un suburbio noventero fantasma, donde el viento silba entre ventanas rotas y letreros descoloridos.
Urbex en el fin del mundo
La isla atrae a exploradores de lo abandonado —los amantes del urbex— que encuentran en sus calles desiertas y edificios vacíos un escenario perfecto. Hay barrios enteros donde más del 80% de las viviendas están en ruinas, gimnasios militares vacíos, y hasta un hospital abandonado que parece listo para un guion de terror. Desde lo alto de la torre de agua, el panorama revela un paisaje urbano extraño: hileras de casas idénticas junto al mar, rodeadas por montañas cubiertas de niebla y sin un solo árbol nativo.
La ciudad más occidental de EE. UU.
Hoy solo viven entre 100 y 150 personas en Adak, lo que la convierte en una de las comunidades más pequeñas del país con servicio aéreo regular. Pero también ostenta dos récords curiosos: es la ciudad más occidental de Estados Unidos y, al mismo tiempo, la más austral de Alaska.

La ubicación lo dice todo: más de 1.900 kilómetros al oeste de Anchorage y a solo 745 kilómetros de Rusia. A 437 kilómetros hacia el oeste se encuentra la isla Attu, el punto más occidental de todo Estados Unidos, aunque sin población civil desde que su estación de guardacostas cerró en 2010. Más al oeste que Adak también está Shemya, una isla ocupada de forma permanente por personal militar y contratistas que operan la base aérea Eareckson. Sin embargo, al no ser un asentamiento civil ni contar con servicios urbanos, no se considera una ciudad.
Naturaleza brutal, belleza intacta
Lejos del asfalto, Adak es un paraíso inhóspito. Cascadas, lagos de agua dulce, montañas que emergen del mar y playas vacías componen un escenario de soledad total. El clima, sin embargo, no perdona: ráfagas de más de 120 km/h, lluvias que parecen granizo y temperaturas que desafían cualquier caminata. Aun así, quienes lo visitan encuentran en esta dureza parte de su encanto: la sensación de estar en el borde del mundo, donde la naturaleza dicta cada movimiento.
Una cápsula del tiempo
Adak no aparece en revistas de viajes ni en folletos turísticos. Es, más bien, un museo al aire libre de la Guerra Fría, un pueblo fantasma en funcionamiento mínimo, y un recordatorio de lo efímera que puede ser la presencia humana en territorios tan extremos. Para quienes buscan experiencias diferentes, su atractivo está en lo inusual: una ciudad suburbana abandonada en medio del océano, donde los fantasmas son edificios que se niegan a caer.





















