En pleno centro de San Petersburgo, la iglesia luterana de Santa Ana, conocida como Annenkirche, rompe las expectativas de lo que uno imagina al entrar en un templo de casi 300 años. Su exterior, restaurado y elegante, encaja perfectamente entre las fachadas históricas de la ciudad. Pero basta cruzar sus puertas para descubrir un interior que parece congelado en el tiempo: paredes ennegrecidas por el humo, pintura descascarada, huellas visibles del incendio que en 2002 la devastó casi por completo.
Fundada en 1740 para atender a la creciente comunidad luterana —muchos de ellos artesanos y armeros alemanes llegados por invitación de Pedro el Grande—, la iglesia vivió épocas de esplendor antes de la Revolución. En el siglo XX, el cambio fue radical: en los años 30 el templo fue clausurado, reconvertido en cine y, más tarde, en discoteca durante la turbulenta posperestroika.
El 6 de diciembre de 2002, un incendio de origen incierto arrasó su interior. Las llamas se extendieron durante casi 24 horas, destruyendo el techo, colapsando la cúpula y cubriendo de hollín cada pared y cada rincón. Durante seis años, el edificio quedó abandonado, con su esqueleto expuesto al clima de San Petersburgo.
Entre 2010 y 2013 se restauraron los muros exteriores, la techumbre y el campanario, devolviendo al barrio una silueta impecable. Pero dentro, todo se dejó tal como lo había dejado el fuego. Lo que podría haberse visto como una carencia, pronto se convirtió en su mayor atractivo: los habitantes y visitantes se sintieron fascinados por el contraste entre la solemnidad gótica de la estructura y la crudeza de sus cicatrices.
La Iglesia en la actualidad
Puede activar los subtitulos en español para ver un reportaje más completo de la iglesia.
Hoy, la Annenkirche es un templo en uso y, al mismo tiempo, un centro cultural único. Bancos para las misas conviven con escenarios para conciertos, exposiciones y ferias. La luz, cuidadosamente diseñada, resalta texturas de yeso quemado y viejas inscripciones; una puerta pintada de la época en que fue club nocturno permanece como testigo de su pasado reciente.
En el sótano, que sirvió como refugio durante la Segunda Guerra Mundial, una exposición recuerda la represión soviética contra los creyentes en los años 30. Allí, un sonido constante atrapa al visitante: el golpeteo metálico de una máquina de escribir. No es casualidad. Ese ruido recrea cómo se redactaban los informes y denuncias con las que se acusaba falsamente a pastores y fieles, enviándolos al exilio o a su ejecución. La ambientación, sumada a la penumbra y al espacio estrecho, sumerge al visitante en la atmósfera opresiva de la época.
En invierno, el aliento se ve en el aire —la iglesia no tiene calefacción—, pero eso no disuade a quienes buscan un lugar donde la historia, la fe y el arte conviven sin filtros ni maquillajes. En la Annenkirche, el incendio no solo marcó un final: dio origen a un espacio donde las cicatrices se convirtieron en identidad.