Esta callecita, que une La Gran Vía con la Plaza del Carmen, es la calle de la Abada, la hembra del rinoceronte.
Cuentan que en tiempos de Felipe II, aparecieron por aquí unos portugueses con una abada que vieron negocio y montaron exactamente más o menos por aquí una carpa para exhibir al animalito. La gente pagaba dos maravedíes para verlo y provocarlo. En la barraca, había gente que tocaba la dulzaina y el tambor, con lo cual comprenderéis que el ambiente estaba hasta el cuerno entre tantos mascachapas y soplagaitas.
La abada tenía un amiguito, el hijo de los dueños de una tahona que estaba aquí al ladito. El chavalito le traía cada día un trocito de pan. Qué bucólico, qué benevolente y todo. No pues, cuenta la leyenda que un buen día, el panaderito le dio un bollo recién salido del horno. La abada se lo comió, se quemó la lengua y se le fue la pinza, se volvió loca. Atacó a su amiguito hasta dejarlo totalmente medio muerto.
Los portugueses salieron huyendo con las prisas, se escapó el animal, dejando 20 muertos. Oye, que a mí el pan me encanta, pero cuando digo que mataría por un bollo, pues no es literal.