En una tranquila esquina del distrito 17 de París, donde la rue Boulay se cruza con el passage du Petit-Cerf, dos esculturas sostienen discretamente los balcones de unos edificios modernos. Pero no son simples adornos arquitectónicos: representan una de las historias más crudas y fascinantes de la mitología griega. Incrustadas como cariátides en las fachadas, Acteón transformado en ciervo y Diana al baño se enfrentan en un duelo silencioso que convierte esta esquina olvidada en un relato visual de un pasaje clásico del libro III de Las Metamorfosis de Ovidio.
Según la leyenda, Actéon, un joven cazador, se adentra en el bosque con su jauría. Sin saberlo, interrumpe el baño de la diosa Diana (Artemisa), diosa de la caza y de la castidad. Ella, furiosa por haber sido vista desnuda, lo salpica con agua y lo transforma en un ciervo. Poco después, sus propios perros lo devoran sin reconocerlo. Una historia brutal que ha inspirado a artistas desde hace siglos, y que aquí se reinterpreta en clave urbana.
Las esculturas, inspiradas por el nombre de la calle donde se ubican (“Passage du Petit-Cerf”, o “Pasaje del Pequeño Ciervo”) fueron realizadas en 1987, son obra del artista Philippe Rebuffet. Actéon aparece con cuerpo humano y cabeza de ciervo, atrapado en un fondo de líneas geométricas que recuerdan al cubismo. Al otro lado de la calle, Diana se muestra desnuda, rodeada de motivos vegetales ondulantes, casi como si flotara entre flores o espuma, con un estilo que evoca el art nouveau. Juntas, estas dos figuras se enfrentan eternamente, congeladas en el momento exacto en que la mirada prohibida se cruza con el castigo divino.
Estas cariátides no solo decoran: cuentan. Dan vida a una esquina cualquiera de París, dotándola de una historia trágica, sensual y poética. Y lo hacen en silencio, elevando balcones y, al mismo tiempo, elevando la imaginación de quienes pasan y se detienen a mirar. Porque en París, hasta los rincones más comunes pueden esconder leyendas esculpidas en sus muros.