Embajada de California en Moscú

Moscú, Rusia Una embajada improbable y una de esas historias que parecen sacadas de una novela de espías.
Dirección: Ulitsa Klary Tsetkin 4, Moscú, Rusia Coordenadas: 55.81902, 37.52023 Metro: Voykovskaya (Línea 2)

El 18 de diciembre de 2016, en una calle con nombre de la revolucionaria comunista alemana, Clara Zetkin, se inauguró algo inédito: la embajada de California en Rusia. O mejor dicho, la embajada de la “República Independiente de California”.

No era oficial. No tenía banderas reconocidas ni funcionarios diplomáticos. Pero ahí estaba. En un edificio brutalista que en tiempos soviéticos albergó a los creadores de armas químicas. Un lugar cargado de historia, de secretos, de contradicciones.

Louis Marinelli fue el arquitecto de esta idea improbable. Un estadounidense radicado en Rusia, que creía que el “Estado Dorado” debía separarse de Estados Unidos. Y vio en Moscú una oportunidad. Pensaba, quizás, que si algún día se realizaba un referéndum de independencia, necesitaban aliados. Votos. Especialmente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Y entonces, fundó una embajada sin país. Un centro cultural, según decía. Un espacio para contar la historia californiana, atraer turismo, fomentar relaciones comerciales. Pero sobre todo, una declaración política.

El enemigo de mi enemigo es mi amigo

El apoyo vino de un grupo que parecía sacado de otro tiempo: el Movimiento Antiglobalización de Rusia. Una organización pro-Kremlin que se oponía al orden mundial dominado por Occidente. Ellos ofrecieron el espacio gratis en sus oficinas, porque creían, o al menos decían creer, en la autodeterminación de los pueblos. Aunque esa lógica parecía aplicar sólo cuando esos pueblos se alejaban de Estados Unidos.

Los lazos eran claros. En foros internacionales, Marinelli compartía mesa con separatistas texanos, independentistas de Hawái y Puerto Rico, y representantes de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk. Las mismas que más tarde serían centro del conflicto en Ucrania.

Y mientras en Washington se debatía sobre la posible interferencia rusa en las elecciones de 2016, en Moscú abrían una embajada californiana. Como si todo estuviera conectado.

El símbolo y la contradicción

El interior del local era un collage extraño: imágenes de condados californianos junto a retratos de líderes como Fidel Castro, Hugo Chávez, Bashar al-Assad, Che Guevara… y Vladimir Putin. Su foto dominaba el salón. Observando. Casi vigilante.

Una pancarta azul daba la bienvenida: “Bienvenido a la Embajada de la República Independiente de California, Moscú, Rusia”.

Pero no era una embajada. Marinelli lo dejó claro: para obtener una visa, había que ir a la embajada de EE. UU. Esto era otra cosa. Un símbolo. Un experimento político en terreno enemigo.

Las críticas no tardaron en llegar. Porque la contradicción era evidente. Marinelli quería escapar del conservadurismo estadounidense… y terminó aliándose con un régimen aún más conservador. California, el estado que defendía los derechos LGBT, tenía ahora una representación simbólica en un país que los perseguía por ley. Pero para Marinelli, eso no parecía importar. Tal vez pensaba que en política, el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Un final predecible

En abril de 2017, con las investigaciones sobre injerencia rusa creciendo, Yes California suspendió actividades. Marinelli renunció. Se habló de trasladar la oficina a Ekaterimburgo. Nunca pasó. En 2021, dejó Rusia. En 2022, vivía en Arkansas. Para 2024, el movimiento se disolvió.

La embajada quedó como un fantasma. Una anécdota. Un acto de teatro geopolítico en uno de los escenarios más tensos del siglo XXI.

Una embajada sin país. Un sueño de independencia que encontró su eco en Moscú… y terminó en silencio.

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