En la isla Vasílievski de San Petersburgo, en una calle que guarda secretos tras cada muro, se levanta un edificio singular: la antigua farmacia del doctor Pél. Hoy funciona como museo, pero en el siglo XIX fue un lugar donde se confundían los límites entre la medicina, la alquimia y el mito.
El nacimiento de una farmacia enigmática
Todo comenzó en el número 16 de la 7ª línea, donde ya existía desde el siglo XVIII una pequeña botica de remedios a base de hierbas cultivadas en la cercana isla de los Boticarios. En 1850, el edificio cambió de manos: Wilhelm Pél, hijo de un zapatero de la corte y médico formado en Dorpat, compró la farmacia y la transformó en un emporio.
Pronto, en los sótanos se produjeron medicamentos, en los pisos superiores funcionaba una clínica, y la vivienda familiar convivía con apartamentos de alquiler. La ciudad confiaba en él: los preparados del doctor Pél eran considerados los más fiables, tanto que en 1871 recibió el título de Proveedor de la Corte Imperial.
Ciencia, alquimia y un visitante ilustre
Pero alrededor de la farmacia circulaban rumores. Se decía que Wilhelm Pél practicaba la alquimia, y que un visitante frecuente era nada menos que Dmitri Mendeléyev, el hombre de la tabla periódica. Juntos, afirmaban los susurros, habrían intentado crear sustancias imposibles, combinando ciencia rigurosa con experimentos esotéricos.
Sobre la fachada aún puede leerse un lema que parece confirmar ese espíritu: “Ora et Labora” —“Reza y trabaja”—, cita de un tratado alquímico del siglo XVII.
La Torre de los Grifones
En el patio, como guardián silencioso, se alza una torre de once metros. Sin puertas ni ventanas, es conocida como la Torre de los Grifones. Las leyendas dicen que allí Wilhelm Pél logró criar estas criaturas míticas en probetas, como los alquimistas medievales soñaban.
Otros juran que, en ciertas noches inmóviles, un humo extraño descendía sobre la calle. Era, tal vez, el vapor de residuos de opio que alteraba la percepción de los transeúntes y hacía volar la imaginación hacia seres imposibles.
La verdad más sobria es que fue una chimenea de laboratorio, pero en San Petersburgo pocos quieren renunciar al encanto de sus mitos.
El heredero visionario
Tras Wilhelm, su hijo Alexander Vasílievich Pél convirtió el negocio en un centro científico de vanguardia. Fue el primero en Rusia en usar ampollas de vidrio para dosificar medicamentos, y aisló el espermina, un compuesto que se ganó fama como afrodisíaco y que se exportaba bajo el nombre de “espermina de Pél”.
Sus principales componentes eran extractos de semen de cachalote y lechón. Sin embargo, persistían los rumores de que contenían algún tipo de componente de brujería.
La farmacia ya no era solo una botica, sino un complejo de laboratorios y clínicas, con investigadores, bibliotecas y salas especializadas. Más de 70 personas trabajaban bajo el sello de la familia.
En 1908, los hijos de Alexander rebautizaron el lugar como la Farmacia de la Sociedad del Profesor Doctor Pél e Hijos. Incluso en 1914, cuando Europa se desangraba, allí se abrió un hospital benéfico.
Revolución, guerra y un secreto en los muros
La Revolución de 1917 acabó con la prosperidad de la dinastía: la farmacia fue nacionalizada. Sin embargo, el edificio resistió. Durante el asedio de Leningrado, se convirtió en refugio antiaéreo, aun después de que un proyectil impactara en su fábrica.
Tras la guerra, la propiedad pasó a oficinas estatales. Pero algo extraño comenzó a ocurrir: los empleados enfermaban sin explicación. El misterio se resolvió con un hallazgo inquietante: en los muros del edificio había sido escondida mercurio metálico, legado tóxico de los antiguos experimentos de la familia.
Un museo entre la ciencia y el mito
Hoy, entre vitrinas y estanterías, el visitante puede recorrer lo que fue la farmacia más famosa de San Petersburgo. Pero más allá de los frascos y documentos, el aire del lugar parece guardar un murmullo antiguo: la mezcla de ciencia y alquimia que convirtió al doctor Pél y a su linaje en protagonistas de una de las historias más enigmáticas de la ciudad.
La Torre de los Grifones aún se alza en el patio, muda y sin ventanas. Algunos dicen que basta observarla un rato para sentir que algo imposible late en sus paredes.