Eso fue lo que pasó en Zaandam, una ciudad pequeña, a las afueras de Ámsterdam. Un lugar tranquilo, de canales y molinos, conocido por su historia industrial… pero no precisamente por su arquitectura. Hasta que un día, algo cambió.
Se levantó un edificio. Y no cualquier edificio.
Desde lejos parecía un rompecabezas de casas apiladas, verdes y azules, colgando unas sobre otras como si las hubieran pegado a la fuerza. Pero de cerca… era otra cosa. Era el Hotel Inntel Zaandam.
Doce pisos. Casi 70 fachadas distintas. Todas inspiradas en las casas tradicionales de la región de Zaanstad. Desde viviendas obreras hasta las más elegantes, de notarios. Y en medio de esa mezcla, una casa azul. Exactamente igual a la que Monet pintó en 1871, cuando pasó por ahí.
No era solo un homenaje al pasado. Era una declaración de intenciones.
Porque en un país de líneas rectas y sobriedad calvinista, alguien se atrevió a decir: ¿y si lo hacemos diferente?
Hormigón y maderas coloridas
Wilfried van Winden, el arquitecto detrás de este delirio visual, lo tuvo claro desde el inicio. No quería otro bloque de concreto sin alma. Quería que cada huésped se sintiera en casa, aunque estuviera en un hotel. Y lo logró. Las habitaciones, más de 160, están decoradas con imágenes de la ciudad, de sus calles, de sus productos típicos: el cacao, las galletas, la nostalgia.
Costó 15 millones de euros. Un proyecto que, en cualquier otro lugar, tal vez no habría pasado de los planos. Pero aquí, las autoridades lo vieron como una oportunidad. Zaandam necesitaba reinventarse. Y este hotel fue el punto de partida.
Claro, por dentro es de hormigón. Pero las fachadas son de madera, con tablillas que hacen que todo parezca real. Como si cada módulo fuera una casa distinta, pegada una a la otra por pura fuerza de voluntad.
Y funcionó. Más de lo que cualquiera esperaba.
Un Hotel muy Instagrameable
Porque el Hotel Inntel Zaandam no solo aparece en revistas de arquitectura. Aparece en Instagram. En TikTok. En videos, selfies, sesiones de moda. Se volvió un fenómeno. Uno de los hoteles más fotografiados de Europa. Y no por su lujo… sino por lo que provoca.
Asombro. Sonrisas. Una sensación de “¿qué es esto?” que se transforma, poco a poco, en cariño.
Van Winden dice que, si logra que alguien sonría, su trabajo está hecho. Y tiene razón.
En tiempos en los que todo parece estandarizado, este hotel es un recordatorio: la imaginación todavía tiene cabida. La tradición puede ser divertida. Y un edificio también puede contar una historia.
Hoy, el Inntel es mucho más que un lugar donde dormir. Es un símbolo. Una postal. Un destino en sí mismo.
Y todo empezó con una idea un poco loca, y una casa azul sacada de un cuadro de Monet.












