En el corazón de Hangzhou, frente al imponente mausoleo del general Yue Fei, hay dos figuras arrodilladas hechas de hierro. Una representa a Qin Hui, antiguo canciller de la dinastía Song. La otra, a su esposa. Ambas están ahí, con la cabeza baja y las manos atadas, eternamente humilladas frente al héroe nacional chino. Pero estas estatuas no solo están ahí para ser vistas… están ahí para ser escupidas, golpeadas y despreciadas públicamente.
¿Quién fue Qin Hui y por qué lo odian tanto?
Qin Hui vivió en el siglo XII y ha sido señalado durante siglos como el traidor más infame de la historia china. Se le acusa de haber conspirado para encarcelar y ejecutar injustamente al general Yue Fei, símbolo supremo de la lealtad patriótica. Mientras Yue Fei defendía con valentía a la dinastía Song contra los invasores jurchen, Qin Hui, como canciller, presionaba por la paz. Cuando Yue Fei desobedeció las órdenes imperiales y continuó la guerra, Qin Hui lo acusó de traición con pruebas dudosas. Yue Fei fue encarcelado y posteriormente ejecutado. Años después, el gobierno lo rehabilitó como mártir, y Qin Hui quedó para siempre marcado como villano.
Churros, escarnio y una lluvia dorada de odio
El rechazo a Qin Hui no solo vive en los libros de historia. Está en la comida, en las calles… y en los gestos cotidianos. Una de las frituras más populares de China, la yóutiáo (“diablo frito en aceite”), representa simbólicamente a Qin Hui y su esposa. Son dos tiras de masa unidas que se fríen juntas en aceite hirviendo, como castigo simbólico diario en el desayuno chino.
Pero la verdadera descarga emocional ocurre frente a las estatuas. Durante generaciones, visitantes del mausoleo de Yue Fei no han perdido oportunidad para escupir, orinar, abofetear o golpear con zapatos las figuras arrodilladas de Qin Hui y su esposa. Esta tradición espontánea de «justicia histórica» ha causado tanto daño físico a las estatuas que han tenido que ser reemplazadas en varias ocasiones, la última en 1979.
Ocho siglos de desprecio ininterrumpido
Estas figuras de hierro llevan siendo odiadas por más de 800 años. Las primeras versiones fueron colocadas en el templo poco tiempo después de la muerte de Yue Fei en 1142. Desde entonces, generaciones enteras han expresado su repudio con escupitajos, insultos y hasta violencia física. Lo notable no es solo la intensidad del odio, sino su persistencia: pocas estatuas en el mundo han sido objeto de una humillación pública tan constante, durante tantos siglos.
Un castigo eterno moldeado en hierro
Estas esculturas no fueron colocadas por simple decoración, sino como una herramienta pedagógica. La escena pretende enseñar a las generaciones futuras los valores de la lealtad, el honor y las consecuencias de la traición. Qin Hui aparece reducido, literalmente, a una figura sin poder, mientras Yue Fei es elevado a la inmortalidad patriótica.
Aunque los detalles históricos reales son complejos y están sujetos a debate —muchos escritos sobre estos personajes se realizaron siglos después—, lo cierto es que el caso de Qin Hui ilustra el poder duradero de una narrativa. En este caso, la de un traidor condenado no solo por documentos oficiales, sino por la furia popular y los gestos repetidos de millones.
Hoy, las estatuas de Qin Hui son mucho más que piezas de metal: son receptáculos de una memoria colectiva cargada de emociones. Porque en China, a veces la historia no solo se recuerda… se escupe, se abofetea y se golpea con la suela del zapato.