La Lápida de James Jackson

Manhattan (NYC), Nueva York La única lápida hallada en un antiguo cementerio de indigentes revela un misterio: hace 200 años, tener una era un privilegio reservado a los ricos.
Dirección: Washington Square S & Sullivan St, Manhattan, NYC Coordenadas: 40.73082, -73.99835 Metro: W 4 St-Wash Sq (Línea E,D,F) Tour de Fantasmas por Nueva York

Una piedra marrón, casi un metro de largo, descansa hoy detrás de un vidrio en Washington Square Park. Es la lápida de James Jackson, un inmigrante irlandés que murió joven, en 1799. El 22 de septiembre de 2023, más de dos siglos después de su muerte, la ciudad decidió mostrarla al público en una de las ventanas del Park House. Y ahí está: iluminada por dentro, visible sobre todo de noche, como si hablara en silencio.

La inscripción es clara, sencilla, contundente:
Aquí yace el cuerpo de James Jackson, quien partió de esta vida el 22 de septiembre de 1799, a los 28 años, natural del condado de Kildare, Irlanda.

La encontraron en 2009, enterrada a apenas 40 centímetros de la superficie, cuando el parque era renovado. Había estado oculta por siglos, protegida de la intemperie, hasta que los arqueólogos la sacaron a la luz. Desde entonces, se discutió qué hacer con ella. Finalmente, volvió cerca de donde fue hallada.

De la vida de Jackson sabemos poco. Que vivía en la zona de Two Bridges, en la actual Market Street. Que trabajaba como vigilante nocturno. Que tenía solo 28 años. Y que, probablemente, lo mató la fiebre amarilla, la misma que arrasaba Nueva York en esos años.

El misterio es otro: ¿qué hacía una lápida individual en un potter’s field, un cementerio público para indigentes y víctimas de epidemias? Antes solo los ricos tenían el privilegio de tener lápidas. Los expertos no logran explicarlo del todo. Algunos piensan que fue costeada por un terrateniente irlandés adinerado y trasladada después al área que hoy es el parque. Otros creen que el cuerpo nunca estuvo ahí. No hay certeza.

Alrededor de la piedra aparecieron restos óseos, pero ninguno pudo vincularse directamente con Jackson. Así que la lápida, solitaria, se convirtió en el único testimonio visible de esa vida breve.

Hoy funciona como un recordatorio. No de un héroe ni de un personaje célebre, sino de un inmigrante cualquiera. Un joven de Kildare que terminó sus días en Nueva York, cuando la ciudad todavía se estaba inventando.

Y esa piedra, ahora tras el vidrio, conecta dos mundos: el de quienes murieron anónimos en el antiguo cementerio y el de quienes pasean cada día por Washington Square Park. Un pedazo del siglo XVIII, inscrito para siempre en el corazón del siglo XXI.

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