Las Brujas de Zugarramurdi

Zugarramurdi, España Este pequeño pueblo navarro fue el epicentro del mayor proceso por brujería de la Inquisición española.
Dirección: Beitikokarrika, 18, Zugarramurdi, Navarra Coordenadas: 43.26888, -1.54709 en auto desde Elizondo, Pamplona y San Sebastián Excursión a las Cuevas de las Brujas

Durante dos días de noviembre de 1610, la ciudad de Logroño se detuvo para mirar el fuego. Miles de personas, llegadas de todas partes, llenaron la plaza mayor. Querían ver con sus propios ojos cómo ardían las brujas. La Inquisición lo presentó como un acto de fe. Pero lo que ocurrió allí fue una tragedia.
La mayor quema de brujas en la historia de España.

Todo comenzó muy lejos de esa plaza, en un valle escondido entre montañas verdes y húmedas. Zugarramurdi. Un pueblo pequeño, silencioso, rodeado de bosques y leyendas. Nadie imaginaba que su nombre acabaría grabado en los libros de historia como el “pueblo de las brujas”.

Era una época dominada por el miedo. Entre los siglos XV y XVIII, Europa entera ardía con la misma fiebre: la de la superstición y la intolerancia. La Iglesia veía en cada diferencia una amenaza. En cada mujer que sabía curar, una hereje. En cada rito antiguo, la mano del demonio.

En España, ese miedo encontró su símbolo en Zugarramurdi.

Todo empezó con una mujer: María Ximildegui. Había nacido allí, pero creció al otro lado de la frontera, en el País Vasco francés, donde las costumbres paganas aún sobrevivían. La gente bailaba para honrar la tierra, recolectaba hierbas, celebraba la luna. María participó en esas reuniones. No eran más que actos de gratitud hacia la naturaleza. Pero en una época gobernada por la sospecha, eso bastaba para condenar a alguien.

Cuando regresó a su pueblo, María llevó consigo aquellas prácticas. Y un día, al confesarse, el sacerdote la presionó para que hablara. Para que nombrara a otras mujeres. Lo hizo. Y esa confesión, una sola, encendió la mecha.

Las acusaciones se multiplicaron. La tortura hizo el resto. Decenas de mujeres fueron arrastradas ante la Inquisición de Logroño. En 1610, el tribunal organizó un gran Auto de Fe, el más famoso de la historia española. Treinta y una personas fueron juzgadas. Once murieron en la hoguera. Algunas ya sin vida, representadas por muñecos de paja llamados efigies. Más de treinta mil personas presenciaron el espectáculo.

El fuego no solo devoró cuerpos. También sembró un miedo que duraría generaciones.

Y sin embargo, algo cambió después. Uno de los propios inquisidores, Alonso de Salazar y Frías, comenzó a dudar. Recorrió Navarra y el País Vasco, habló con testigos, revisó documentos. Lo que encontró fue desolador: no había pruebas, solo miedo. No había brujas, solo mujeres. Su informe marcó un antes y un después. Desde entonces, en España, la brujería dejó de castigarse con la muerte.

Hoy, las Cuevas de Zugarramurdi guardan esa memoria. Bajo la piedra húmeda, el rumor del arroyo del Infierno acompaña a los visitantes. Allí, donde decían que bailaban con el diablo, solo hay silencio.

Muy cerca, el Museo de las Brujas cuenta lo que el fuego no pudo borrar: los nombres, los rostros, las vidas de quienes fueron acusadas. Entre instrumentos de tortura y viejos documentos, uno entiende algo esencial: que el miedo, cuando se convierte en ley, puede ser más letal que cualquier hechizo.

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