Este inusual monumento en honor a Sir Alexander Fleming, ubicado fuera de la Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, rinde un inesperado homenaje.
Si es verdad que la paciencia es la madre de la ciencia, el padre de la ciencia es la casualidad. Gracias a una maravillosa casualidad, Alexander Fleming descubrió la penicilina. Claro que hay un millón de versiones de contar esta historia. En lo que todo el mundo coincide es que Fleming estuvo muy atento y convirtió esa casualidad en ciencia.
Gracias a la penicilina de Fleming, millones de personas seguimos hoy vivas. Fleming renunció a cobrar ni un solo real por la patente de la penicilina porque quería que todo el mundo se beneficiase de su descubrimiento.
Los toreros quisieron rendirle un homenaje y le levantaron un monumento en Madrid, junto a la plaza de toros. Antes de la penicilina, los toreros morían por las cornadas, pero sobre todo por cualquier infección que les provocaba las heridas que les hacía el toro.
La efigie de Fleming, fundida en bronce, se erige sobre una base de mármol, y ante ella se encuentra una estatua a tamaño real de un torero que rinde homenaje a Sir Alexander inclinándose con su montera (el gorro tradicional utilizado en el ruedo). Fue inaugurado el 14 de mayo de 1964 por el alcalde de Madrid y Sir George Labouchere, embajador del Reino Unido.
Un buen día, Alexander Fleming vino a dar una conferencia a Madrid. Tuvo un recibimiento tan caluroso que el hombre se emocionó. En ese momento, hizo una bola con los papeles donde tenía el discurso, los tiró a una papelera y encestó.