Todo empezó en 1942, en medio de una guerra que parecía estar en todas partes. Los Estados Unidos estaban construyendo la autopista de Alaska, una carretera que debía conectar Dawson Creek con Fairbanks. Un proyecto ambicioso, militar, estratégico. Pero, en un rincón perdido cerca de lo que hoy es Watson Lake, algo distinto ocurrió.
El soldado Carl Lindley resultó herido durante la construcción de la carretera y se recuperaba en Watson Lake. Carl fue enviado a reparar un simple poste de señales. Nada fuera de lo común. Pero Carl sentía algo que muchos conocen y pocos admiten: nostalgia. Extrañaba su casa, a su novia, su ciudad natal. Así que hizo algo inesperado. Clavó una señal que decía: “Danville, Illinois”.
Un gesto mínimo. Humano. Pero eso fue suficiente. Otros lo vieron. Otros lo sintieron. Y entonces, comenzaron a hacer lo mismo.
Una tradición que crece cada año
Desde entonces, miles de visitantes han contribuido con letreros provenientes de todo el mundo. En 1990, una pareja de Ohio colocó el cartel número 10,000. A finales de 2004, el bosque contaba ya con cerca de 55,000 señales. Hoy, ese lugar donde Carl clavó su letrero se ha convertido en un bosque. Pero no de árboles. Un bosque de señales. Más de 100,000. De todas partes del mundo. Un mapa caótico y hermoso de identidades, de pertenencias, de hogares lejanos.
Cada verano, llegan más. Turistas que atraviesan miles de kilómetros por la autopista de Alaska solo para dejar un trozo de su historia clavado en ese bosque. Algunos traen sus señales. Otros las fabrican ahí mismo, en el centro de visitantes. Y mientras lo hacen, algo cambia. Como si al dejar un pedazo de su vida en ese rincón del mundo, pudieran sentir que pertenecen a algo más grande.
El regreso de Carl Lindley
El lugar guarda más que señales. Ahí todavía están los restos del equipo con el que se construyó esa carretera en tiempos de guerra. Y en 1992, al cumplirse 50 años del inicio del proyecto, se enterró una cápsula del tiempo que espera ser abierta en 2042. Una promesa al futuro. Una cápsula de memoria.
Ese mismo año, Carl Lindley volvió. Ya no era un soldado, sino un hombre mayor. Vino con Eleanor, su esposa. Y en una ceremonia sencilla, colocó una réplica de su señal original. La verdadera se había deteriorado. Las fotos de ese día, del regreso, están ahí también. En el centro de visitantes. Carl murió en 2002, en Danville, el lugar al que siempre quiso volver. Pero su señal sigue allá, en el Yukón, resistiendo inviernos y nostalgias.
Hoy el Sign Post Forest sigue creciendo. No porque alguien lo ordene, sino porque la gente lo necesita. Hay quienes lo llaman una atracción turística. Pero es mucho más que eso.
Es un bosque de nombres, de lugares, de vidas. Un sitio donde la nostalgia se hace visible, donde lo lejano se vuelve cercano, donde uno puede, por un momento, dejar una señal y decir: “Yo estuve aquí. Yo también pertenezco”.
Y quizá eso es lo más valioso.