Isla de Pedrosa

Pontejos, España Un sanatorio abandonado combinado con varios rumores y supersticiones convirtieron a esta isla en un sitio con actividad paranormal.
Dirección: Pontejos, Prov. de Cantabria Coordenadas: 43.41551, -3.80672 S-10 Santander→Astillero y luego dirección Pontejos Excursiones en Cantabria

A muy pocos kilómetros de Santander, escondida entre los pliegues de la bahía, hay una isla que no parece real. Se llama Pedrosa. Desde lejos parece tranquila: eucaliptos que se mecen con el viento, senderos junto al mar, una calma que engaña.
Pero debajo de esa calma… hay otra historia.

Durante el siglo XIX, cuando el miedo a las epidemias viajaba en barco, el gobierno decidió levantar allí un lazareto marítimo. Era 1834. Los buques sospechosos de traer cólera, fiebre amarilla o peste anclaban frente a la isla. Los enfermos bajaban a tierra. Sus ropas se quemaban. Sus cuerpos se aislaban.
La idea era simple: que el mal no tocara el continente.
El lazareto llegó a tener más de seiscientas camas. Todo un mundo contenido en apenas diez hectáreas.

Uno de los episodios más recordados ocurrió en 1893, cuando el vapor Machichaco fue enviado a la isla por un posible brote de cólera. Días después, su carga explotó en el puerto de Santander. Murieron más de quinientas personas. Y el nombre de Pedrosa quedó ligado para siempre a la tragedia.

Pero el tiempo cambió la enfermedad, y con ella cambió también la isla.
En 1914, bajo el reinado de Alfonso XIII, el lazareto se transformó en un sanatorio infantil. Allí trataban tuberculosis y enfermedades óseas. Tenía de todo: quirófanos, pabellones, una iglesia, un teatro —el Infanta Beatriz, inaugurado por la reina Victoria Eugenia—, incluso un balneario.
Una pequeña ciudad dedicada a sanar.
Durante décadas, cientos de niños vivieron allí, apartados del mundo pero no del cuidado.

Hasta que el silencio volvió.
A finales de los ochenta, el sanatorio cerró. Y la naturaleza reclamó lo suyo. Las paredes se agrietaron, los pasillos se cubrieron de maleza. Algunos edificios se usaron por un tiempo, pero la mayoría quedó abandonada, abierta al viento y al olvido.

Y fue entonces cuando nació la leyenda.

Dicen que en la oscuridad se escuchan pasos. Que hay voces. Que una enfermera cruza el teatro vacío. Que se oyen risas de niños.
El programa Cuarto Milenio grabó allí más de una vez. Los curiosos entran de noche, grabadoras en mano. Algunos aseguran haber sentido algo… o alguien.

Pero entre todas las historias, hay una que se repite más que ninguna: la de las “niñas pájaro”.
Cuentan que se llamaban Aurora y Pilar, dos hermanas abandonadas por sus padres por culpa de una enfermedad —progeria, ese mal que envejece el cuerpo antes de tiempo. Dicen que las monjas las escondían en los sótanos, que por las noches las dejaban caminar por la isla, y que los marineros que afirmaban verlas desde sus barcos, las comparaban con las arpías de la mitología griega, dando origen al mito de que la isla estaba custodiada por criaturas aladas.

Pero la verdad era otra.
Aurora y Pilar existieron, sí. Pero no estaban prisioneras. Su madre, enferma, las llevó al sanatorio para que recibieran cuidado. Médicos y enfermeras las recordaban como niñas alegres. Queridas.
Cuando su madre murió, regresaron a Santander. Años después murieron de infarto.
Sin alas. Sin misterio. Solo dos vidas atravesadas por la fragilidad y el amor.

En los noventa, cuando el abandono era total, llegaron los rituales. Las velas, los símbolos pintados, los pentagramas. Pedrosa se convirtió en refugio de buscadores de fantasmas.
Y cada nueva visita traía una historia más oscura que la anterior.

Hoy, la isla está abierta al público.
Los senderistas la recorren bajo un cielo que casi nunca supera los 22 grados. Desde allí se ve toda la bahía de Santander.
Es hermosa, sí. Pero todavía pesa en el aire algo que no se ve.
Un rumor antiguo. Una mezcla de ciencia, enfermedad y superstición.
Como si los ecos del pasado no quisieran irse del todo.

Y quizá eso sea lo que mantiene viva a la Isla de Pedrosa: no los fantasmas, sino la memoria de quienes alguna vez, entre el mar y el aislamiento, lucharon por seguir vivos.

Scroll al inicio