En la concurrida calle San Bernardo de Madrid, un emblema de la historia farmacéutica se erige, llevando consigo los ecos de los siglos pasados. Las raíces de esta farmacia se entrelazan con el tejido mismo de la ciudad, y su relato se remonta a finales del siglo XVIII (1780), cuando una antigua botica ocupaba este mismo emplazamiento.
Sin embargo, fue en 1854 cuando la farmacia adquirió su primera identidad conocida bajo la tutela de Baltasar del Riego. Este polifacético individuo, además de ser el primer propietario registrado, era un consumado pintor y calígrafo. Del Riego no solo restauró el establecimiento con elegancia, sino que también lo transformó en una obra de arte por derecho propio.
El interior de la farmacia se convirtió en un lienzo donde el propietario desplegó su destreza artística. Paisajes, flores y pájaros tropicales adornaban las paredes, magistralmente dibujados sobre cordobanes de piel de cabra que, asombrosamente, aún permanecen en su lugar original. Puertas y estantes enmarcados con monturas barrocas sobre un fondo blanco resaltan los destellos de la decoración. Mobiliario dorado de lujo e iluminación proveniente de lámparas de estilo francés completan la visión de una farmacia transformada en un santuario estético.
La rebotica, espacio reservado para preparar medicamentos y realizar experimentos farmacéuticos, albergaba un busto de Galeno en terracota, acompañado por la imagen de Hipócrates pintada sobre una copa de porcelana color azul cobalto. Este rincón no solo testimoniaba la maestría de Del Riego como farmacéutico, sino que también capturaba la conexión histórica con los grandes nombres de la medicina.
En 1861, la farmacia cambió de manos y pasó a ser heredada por Juan Chicote. Este nuevo propietario no solo continuó la tradición farmacéutica, sino que transformó la trastienda en un lugar de tertulia. Médicos y políticos, entre ellos Federico Rubio, Francisco Pi y Margall, y Emilio Castelar, se congregaban para discutir los últimos descubrimientos médicos y abordar los asuntos más apremiantes de la época.
Posteriormente, fue adquirida por don Benedicto, conocido por la creación de la Triaca Magna, un remedio que contaba con carne de serpiente entre sus componentes. En 1928, el profesor Serra tomó la posesión de la misma, hasta que en 1947, José Ramón Deleuze, el propietario actual, se encargó de ella.
La farmacia Deleuze, como se la conoce hoy, atesora no solo su legado estético, sino también objetos de la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro y antiguos frascos con fórmulas magistrales de los doctores Manuel Benedicto y Salvador Serra. Estos distinguidos profesionales no solo fueron propietarios del negocio en algún momento, sino que también utilizaron el lugar como su laboratorio personal.
Aunque el edificio original fue declarado en ruina en la década de 1980, la familia Deleuze no permitió que el legado desapareciera. Cada pieza de la antigua farmacia fue cuidadosamente restaurada y trasladada al nuevo local, que ocupa el mismo emplazamiento que ha sido hogar de esta institución desde el siglo XVIII.
Así, la Farmacia Deleuze no solo es un lugar de dispensación de medicamentos, sino un testamento vivo de la rica historia farmacéutica y cultural que ha marcado la calle San Bernardo a lo largo de los años. Su evolución a lo largo de los siglos es una ventana al pasado, ofreciendo una experiencia única que fusiona la ciencia, el arte y la comunidad.