En 1967, durante los trabajos de construcción del sistema de metro en la Ciudad de México, los obreros encontraron, para su asombro, una estructura inusual que evocaba épocas pasadas. Se llamó a arqueólogos para realizar excavaciones en el sitio y comprender el significado de este hallazgo.
La estructura, extraída de entre los escombros y el tierra acumulada a lo largo de los siglos, fue finalmente reconocida como el único remanente restante de un complejo de templos dedicado al dios mexica del viento, Ehécatl.
Se piensa que la forma circular y monticulosa de la pirámide alude a una serpiente enrollada. Los antiguos mexicas entendían al dios del viento como una manifestación de una deidad mucho más relevante y primordial, el dios serpiente emplumada y creador de la humanidad, Quetzalcóatl.
Actualmente, este enigmático santuario antiguo es visible y apreciable desde los ajetreados pasillos de la estación de metro Pino Suárez, que lo rodea por completo, contrastando la vertiginosa modernidad de la Ciudad de México con la antigüedad de su legado mexica.
La pirámide de Ehécatl puede ser contemplada por 54 millones de personas al año, una cifra 21 veces superior al número de visitantes de la zona arqueológica de Teotihuacán. Este edificio prehispánico está ubicado en un área de 88 metros cuadrados y sus dimensiones son de solo 10.7 m x 7.6 m x 3.7 m.