El Último Kiosko de Horchata en Madrid

Madrid, España En una ciudad que nunca se detiene, hay lugares que parecen haber hecho un pacto con el tiempo. Un kiosko blanco y azul, de madera, discreto pero firme.
Dirección: C. de Narváez, 8, Madrid, España Coordenadas: 40.42324, -3.67595 Metro: Goya (L2, L4) Free Tour por Madrid

La historia comienza a principios del siglo XX. En 1910, Francisco Guilabert y Francisca Segura llegaron a la capital desde Crevillente, un pueblo alicantino rodeado de palmeras y sol. No vinieron solos. Les acompañaban sus hijos, Francisco y María. Buscaban oportunidades. Y las encontraron en un oficio humilde, pero profundamente valenciano: horchateros.

Lo primero que montaron fue un kiosko en la calle Cedaceros, esquina con Arlabán. En aquel entonces se les llamaba aguaduchos. Eran puestos de madera, cuadrados, blancos, adornados con vasería reluciente. Vendían bebidas frescas, elaboradas con agua y esencias naturales: horchata de chufa, cebada, limón, azahar… Y lo hacían en los meses de calor. Porque en invierno, muchos alicantinos cambiaban los refrescos por la venta de persianas, cestería o alfombras.

Con los años, el negocio pasó a manos de María —la hija— y su esposo Manuel. Se mudaron a la Plaza de las Cortes, justo frente al Congreso de los Diputados. Allí atendieron hasta que en 1936 estalló la Guerra Civil. No tuvieron opción: volvieron a Crevillente para ponerse a salvo.

Pero Madrid los llamaba. Y en 1939 regresaron. Reinstalaron el kiosko, esta vez en la Plaza del Carmen. Allí estuvieron unos años, hasta que en 1944 obtuvieron el permiso para moverse al que sería su rincón definitivo: la calle Narváez. Primero en el número 7. Luego, dos años después, al número 8, justo donde sigue funcionando hoy, ochenta años después.

El kiosko ha sido siempre un negocio familiar. Han trabajado en él los abuelos, los hijos, los yernos, los nietos. Hoy lo atienden Miguel y José Manuel, bisnieto de los fundadores. Cuarta generación de horchateros. Y en verano, a veces se suma una nueva cara: Nuria, la hija de José Manuel. La quinta generación.

Durante décadas, elaboraban la horchata allí mismo, en la calle, con una prensa de hierro. Chufa molida, agua fresca, azúcar. Todo a mano. Hasta que la normativa sanitaria cambió. Ahora lo hacen en un pequeño almacén, pero con la misma receta de siempre.

Cuando uno se acerca al kiosko, puede pedir una horchata. O un agua de cebada. Pero lo que recibe no es solo una bebida. Es un vaso lleno de historia. Un eco de otra época.

Hubo un tiempo en que Madrid tenía más de 300 aguaduchos. Hoy queda solo este. Y sin embargo, sigue. Día tras día. Verano tras verano.

Así que si pasas por allí, por la calle Narváez, detente. Pide algo frío. Escucha con atención. Porque aún queda una historia que se cuenta en voz baja, entre sorbos.

Y no está dispuesta a desaparecer.

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