En una esquina tranquila cercana al Castillo de Buda, en la intersección de las calles Országház y Nándor, se encuentra una de las esculturas más curiosas y encantadoras de Budapest: la “monja voladora”.
A primera vista, el edificio parece uno más de la zona, con su fachada color salmón y detalles barrocos. Pero si uno levanta la vista, a la altura donde comienza el segundo piso, justo bajo una ventana de arco semicircular, aparece la figura de una monja que parece atravesar la pared. De un lado, su falda ondea como si estuviera suspendida en el aire; del otro, asoma su torso con los ojos cerrados y las manos unidas en oración.
Un encargo que tomó otro rumbo
La obra fue creada en 1977 por el escultor húngaro Miklós Melocco. Inicialmente, el encargo consistía en una sencilla placa conmemorativa para señalar que, en el siglo XVIII, en ese mismo lugar funcionó un convento de monjas clarisas. Sin embargo, Melocco se apartó de lo convencional y diseñó una pieza que capturara la esencia del lugar sin necesidad de palabras.
El resultado fue esta escultura de piedra pintada que, más que informar, cuenta una historia visual. Según el historiador del arte Tibor Wehner, no es una ilustración ni un adorno estándar, sino una obra que combina lo “perfecto y extraño” en una armonía singular.
Entre historia y leyenda
El convento de las clarisas en la calle Országház se construyó en la segunda mitad del siglo XVIII, sobre restos medievales, siguiendo los planos del arquitecto austriaco Franz Anton Hildebrandt. Poco después, en 1782, el emperador José II disolvió la orden y el edificio pasó a albergar la Asamblea Nacional y la Corte Real de Hungría.
La escultura de Melocco recuerda tanto a aquella breve etapa monástica como al largo pasado institucional del edificio.
Como curiosidad, en esta imagen de Google Street View del 2009 aparece una monja caminando y una monja volando.
Un detalle fácil de pasar por alto
Aunque tiene casi medio siglo de antigüedad, la “monja voladora” parece parte natural del paisaje urbano. Su ubicación, en la unión de dos fachadas, crea la ilusión de que realmente está atravesando la pared. Incluso es posible distinguir un cinturón con inscripción en latín, visible solo para quien se detenga a observar con atención.
Hoy, la figura sigue siendo un tesoro poco conocido, ausente de la mayoría de las guías turísticas. Sin embargo, para quienes la descubren, se convierte en un recuerdo imborrable de que en las calles empedradas cercanas al Castillo de Buda siempre hay algo mágico escondido.