En un rincón tranquilo de San Petersburgo, dentro del Instituto de Medicina Experimental, hay un monumento que sorprende a quienes lo descubren. No se trata de un zar de bronce ni de un héroe de guerra. Es una fuente. Y es un homenaje. No a personas, sino a perros.
Fue idea del propio Iván Pavlov. Él sabía que sus experimentos sobre la fisiología de la actividad nerviosa no hubieran sido posibles sin ellos. Sin esos animales que lo acompañaron durante años, a veces incluso entregando la vida. Y quiso darles un lugar en la memoria.
El arquitecto I. F. Bezpalov diseñó el conjunto, que se inauguró en 1935. Pero no es una escultura cualquiera. Cuenta, en bajorrelieves, la historia de la investigación de Pavlov.
En la primera escena, un quirófano. Un perro anestesiado, rodeado de médicos. Y una frase grabada con la letra del científico: “Puesto que el perro, ayudante y amigo del hombre desde tiempos prehistóricos, se sacrifica en nombre de la ciencia, nuestro deber es que ello ocurra siempre sin sufrimiento innecesario”.
El segundo relieve muestra cómo esos experimentos ayudaron a mejorar la medicina humana. Una observación de un perro permitió idear una técnica quirúrgica para evitar que los jugos gástricos dañaran el abdomen después de una operación. Un detalle que salvaría vidas.
La tercera escena es quizás la más conmovedora: un perro lamiendo la herida de otro tras una cirugía. Pavlov había demostrado que la saliva canina tenía propiedades antisépticas. Pero más allá del dato científico, lo que transmite esa imagen es otra cosa: cuidado, solidaridad, la extraña ternura de un animal hacia otro. Esa escena se volvió símbolo del instituto.
El último relieve es un recordatorio. Pavlov lo dijo con claridad: “El perro, por su disposición hacia el hombre, su paciencia y obediencia, sirve al experimentador durante muchos años, e incluso toda su vida, a menudo con visible alegría”.
Alrededor, ocho cabezas de perro talladas en piedra sueltan agua por las fauces. Y en los jardines, una fuente-bebedero espera a los perros vivos que aún visitan el lugar.
Un monumento discreto, escondido. Pero que guarda una historia profunda: la de una ciencia que avanzó gracias a la lealtad de aquellos animales. Y la de un hombre que, en medio de la experimentación, no quiso olvidar el precio que habían pagado.
