Deadhorse (Caballo Muerto)

Deadhorse, Alaska Este remoto pueblo, famoso por su curioso nombre, marca el inicio (o el fin) de la carretera Panamericana.
Dirección: Deadhorse, Prudhoe Bay, AK Coordenadas: 70.20013, -148.45911 Final de la Dalton Highway Actividades en Español en Alaska

En el extremo norte de Alaska, en un lugar donde el mapa parece terminar, está Deadhorse. Un nombre extraño, casi grotesco. Pero aquí todo es así: desmesurado, desolado, inhóspito.

No es un pueblo en el sentido clásico. No hay calles con tiendas, ni plazas, ni vecinos que se saludan en la mañana. Deadhorse es más bien un campamento, un engranaje en la maquinaria petrolera que rodea Prudhoe Bay, el campo más grande de Norteamérica.

Las construcciones son frías y funcionales. Bloques prefabricados sobre plataformas de grava, como piezas de Lego clavadas en la tundra. Nada sobra, todo tiene un propósito: perforar, transportar, mantener vivo el oleoducto que atraviesa Alaska.

Para llegar hasta aquí hay dos opciones. Conducir 800 kilómetros desde Fairbanks por la Dalton Highway —una de las carreteras más solitarias de Estados Unidos— o aterrizar en el pequeño aeropuerto local. El viaje es una prueba de resistencia. Y cuando por fin se llega, uno descubre que está 400 km más allá del Círculo Polar Ártico, a 1,930km del Polo Norte.

El tiempo aquí no se mide como en otras partes del mundo. Hay un sol que nunca se esconde durante 63 días seguidos en verano. Y una oscuridad absoluta que se instala durante casi 55 noches en invierno. Las temperaturas van del calor improbable —29 grados en 2016— a un frío brutal de −52 °C, con ráfagas que bajan la sensación a −74.

La población también fluctúa como el clima. Apenas unas decenas de personas viven aquí de manera permanente, pero en plena temporada de trabajo pueden ser hasta 3,000. La mayoría rota: dos semanas en el Ártico, dos semanas fuera. Dos semanas de soledad, dos semanas de ausencia familiar.

Y siempre, la pregunta inevitable: ¿por qué se llama Deadhorse?

 Nadie lo sabe con certeza. La versión más creíble apunta a una empresa de transporte, Deadhorse Hauling, que en los sesenta llevó grava para la pista de aterrizaje. Esa compañía, a su vez, había nacido de un trabajo peculiar: recoger caballos muertos en Fairbanks. Pero hay quienes prefieren creer otras leyendas: un caballo que murió en la nieve, un minero confundiendo un cráneo de caribú con el de un caballo. Lo cierto es que el nombre quedó, áspero e inolvidable, estampado incluso en el directorio postal de Estados Unidos.

Deadhorse no está pensado para turistas, pero algunos llegan. Buscan ver el sol de medianoche, la noche polar, o tocar el océano Ártico en excursiones vigiladas —porque los campos petroleros son zona restringida. Otros vienen a enfrentarse a la Dalton en motocicleta, en ese reto extremo que arranca en Key West, Florida, y termina aquí, en el fin del camino.

La fauna también ofrece un espectáculo único: osos polares y grizzlies, bueyes almizcleros, zorros, caribúes, liebres que parecen manchas blancas moviéndose en la tundra, y cientos de especies de aves que desafían el frío.

Y hay un último detalle, casi anecdótico, pero revelador. Deadhorse es una comunidad seca. No se vende alcohol. Por eso, los que llegan hasta aquí suelen repetir la frase con ironía: “All that far and still no bar”. Tan lejos… y aún sin bar.

Una broma mínima. En un lugar donde todo lo demás es extremo.

Nota Curiosa

Hasta la cultura popular llegó hasta este rincón del Ártico. En la segunda temporada de The X-Files, episodio 17, titulado “End Game”, Deadhorse apareció como escenario de ciencia ficción: un lugar donde la Marina estadounidense disparaba contra una nave alienígena en las gélidas aguas de Alaska.

carta coleccionable de expedientes secretos x con deadhorse como locacion

Parecía pura fantasía. Pero, décadas después, algo inquietante ocurrió.

El 10 de febrero de 2023, la Fuerza Aérea de Estados Unidos derribó un objeto no identificado en el mar, muy cerca de Deadhorse. Nadie supo explicar exactamente qué era. Y para muchos, esa coincidencia bastó.

Un paralelo extraño entre ficción y realidad. Como si los guionistas de nuestra existencia hubieran decidido dejar de inventar. Desde entonces, circula una broma amarga, repetida en redes: que desde 2020, Dios se quedó sin ideas y ahora recicla capítulos de The X-Files para escribir la trama de la vida real.

Una risa nerviosa, frente a la sospecha de que lo improbable ya no lo es tanto.

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