La M-30 no es solo una carretera. Es una cicatriz viva que abraza Madrid. Cada día, más de 300.000 vehículos circulan por ella, como sangre bombeada sin descanso. Y si uno presta atención, mientras maneja o va en el asiento del copiloto, puede ver algunas joyas arquitectónicas desfilando por la ventana. El Pirulí de RTVE, el Ruedo de Sáenz de Oiza, la Mezquita de la M-30. Pero hay una estructura que siempre obliga a girar la cabeza. Un edificio que parece desafiar la gravedad: “Los Cubos.”
Arquitectura Metabolista
Nació en los años ochenta, cuando la arquitectura todavía soñaba con el futuro. Grandes bloques de cristal, como paralelepípedos suspendidos, colgados de dos enormes columnas de hormigón. Una imagen difícil de olvidar, especialmente al pasar entre las salidas 4 y 5 de la M-30.
El proyecto lo firmaron cuatro arquitectos franceses. Fue en 1974. La aseguradora AGF les pidió una sede espectacular en Madrid. Lo lograron. Pero el edificio se convirtió en algo más: una declaración de intenciones. Algunos lo adoraban. Otros lo odiaban.
Su diseño tenía un ADN peculiar. Brutalismo, sí, pero también algo más. Una influencia lejana, japonesa. El Metabolismo. Una corriente que veía a las ciudades como organismos vivos. En constante transformación. Con estructuras centrales permanentes y módulos cambiables, como células. Kenzo Tange fue uno de sus padres. Y Los Cubos, de algún modo, fue su eco europeo.
Renacimiento
Pasaron los años. Los Cubos cambiaron de inquilinos. En los 2000, se convirtió en sede del Ministerio de Ciencia e Innovación. Después, en 2011, de la Secretaría de Estado de Investigación. Pero luego, el silencio. Desuso. Abandono.
Hasta que en 2017 algo cambió. La firma Henderson Park compró el edificio. Y decidió devolverle la vida. Fue un reto mayúsculo. Chapman Taylor lideró la renovación arquitectónica. Rejuvenecer un gigante ochentero. Modernizarlo sin traicionar su esencia.
Renovaron todo: la iluminación, el vestíbulo, los materiales. Se creó un espacio pensado para el presente. Oficinas, terrazas, zonas de descanso. Se optimizaron hasta las plazas de parking, priorizando a los coches eléctricos. Y consiguieron un logro inesperado: una certificación Leed Gold. Algo casi imposible para un edificio de esa época.
