La Kunstkamera, o Museo de Antropología y Etnografía Pedro el Grande, es el museo más antiguo de Rusia y uno de los más extraños e inquietantes del mundo. Fundada por el zar Pedro I en 1714, nació con un objetivo que para su tiempo era revolucionario: mostrar al público humano y animal tal como son, incluso en sus formas más inusuales.
Su núcleo inicial no fueron pinturas ni joyas, sino una impactante colección anatómica de anomalías biológicas que, tres siglos después, sigue siendo su mayor atractivo.
¿Qué significa Kunstkamera?
El nombre “Кунсткамера” proviene del alemán Kunstkammer, que significa “gabinete de rarezas”. Pedro I conoció este tipo de colecciones durante su viaje a Europa entre 1697 y 1698, donde visitó Inglaterra y, sobre todo, Holanda. Allí quedó fascinado con los “gabinetes de curiosidades” y comenzó a adquirir libros, instrumentos, objetos exóticos y, especialmente, colecciones anatómicas.
¿Cómo se originó el museo?
La pasión de Pedro I por estas rarezas comenzó durante su viaje a Europa a finales del siglo XVII. En Holanda conoció al célebre anatomista Frederik Ruysch, cuya colección incluía cuerpos humanos con malformaciones, fetos preservados, esqueletos deformes y órganos preparados con técnicas de conservación únicas. El zar compró la colección entera, junto con la de Albertus Seba, repleta de animales y criaturas exóticas, pagando una suma tan alta como la de dos grandes barcos de guerra.
La cacería de Pedro el Grande
Pero no se conformó con lo adquirido. En 1704, Pedro emitió un decreto ordenando que cualquier persona o animal con anomalías físicas fuera enviado a San Petersburgo. En 1718, endureció la medida: estableció recompensas de hasta 100 rublos por ejemplares vivos y multas severas para quienes los ocultaran. Su intención, al menos en el discurso oficial, era combatir supersticiones que atribuían estas condiciones a fuerzas demoníacas y mostrar que eran resultado de causas naturales.
El resultado fue una colección que en su tiempo provocaba tanto fascinación como rechazo. En la sala anatómica de la Kunstkamera, aún hoy, se alinean decenas de frascos con especímenes humanos y animales en formalina. Hay fetos con deformaciones congénitas, siameses, esqueletos de niños y adultos con huesos malformados, cráneos asimétricos y órganos de tamaños inusuales. Entre ellos destaca el esqueleto de un hombre de altura gigantesca, que en vida fue guardaespaldas del zar y que tras su muerte fue estudiado para comprender su condición.
El legado de la colección anatómica
Estos ejemplares, recolectados entre los siglos XVIII y XIX, no solo servían para asombrar a los visitantes, sino también como material de estudio para médicos y naturalistas. La minuciosidad con que fueron preparados por Ruysch y sus sucesores sigue impresionando: muchos conservan detalles visibles de piel, tejidos y estructura interna, convirtiéndolos en testimonios científicos únicos.
El propio Pedro I participaba en disecciones y prácticas médicas. Entre las vitrinas aún se exhiben sus instrumentos quirúrgicos y algunos de los dientes que él mismo extrajo, prueba de que dominaba la odontología empírica de su tiempo.
Aunque el museo ha ampliado sus colecciones etnográficas y culturales, el gabinete anatómico sigue siendo su corazón oscuro y magnético. Es el lugar donde la curiosidad científica del siglo XVIII se encuentra con el asombro —y el escalofrío— del visitante moderno. La Kunstkamera no solo conserva rarezas biológicas: mantiene viva la memoria de una época en la que la ciencia comenzó a mirar de frente lo que antes se escondía.