Los restos de Hernán Cortés reposan en la pequeña Iglesia de Jesús de Nazareno en la Ciudad de México, detrás de un altar con una placa muy modesta y apenas visible, que solo incluye su nombre y las fechas de nacimiento y muerte. La ubicación de la sepultura está deliberadamente fuera de la vista.
La historia de la sepultura del conquistador español está llena de giros y cambios de ubicación. Cortés murió en Sevilla en 1547, pero su deseo era ser enterrado en la Nueva España. 19 años después, sus familiares trasladaron los restos al templo de San Francisco en Texcoco, donde fue enterrado junto a su madre y una de sus hijas. Allí permaneció hasta 1629.
La muerte de Pedro Cortés, uno de sus últimos descendientes, llevó a las autoridades españolas a decidir enterrarlo en un solo lugar, por lo que los restos fueron trasladados a la Iglesia del Convento de San Francisco en México en 1794.
En 1823, dos años después de la independencia de México y ante el temor de un movimiento nacionalista, se temió que una turba pudiera asaltar el templo para apoderarse de los restos de Cortés. Por ello, el historiador Lucas Alamán, sacó los restos del conquistador y los escondió debajo de una tarima en la misma iglesia.
Un busto y algunos ornamentos fueron enviados a Italia para hacer creer que los restos habían salido del país. 13 años después, en 1836, los restos fueron sacados de debajo de la tarima y depositados en un nicho oculto tras una pared, donde permanecieron secreta y ocultamente durante 110 años. El documento con la ubicación exacta fue enviado a la embajada de España, pero se extravió y la tumba quedó en el olvido.
En 1946, unos investigadores encontraron el documento y hallaron finalmente la tumba. Hoy en día, el lugar donde reposan los restos de Cortés está en abandono y con muy pocos recursos para asegurar su debida restauración.