Casa de Serge Gainsbourg

París, Francia La fachada cubierta de grafitis se convirtió en un lugar de peregrinación para los devotos del cantante, incluso antes de su fallecimiento.
Dirección: 5 bis Rue de Verneuil, Paris, France Coordenadas: 48.85716, 2.33178 Metro: Saint-Germain-des-Prés (Línea 4)

París puede ser muchas cosas al mismo tiempo. Silenciosa y caótica. Elegante y sucia. Y a veces, inesperadamente, profundamente humana.

En el corazón del 7.º distrito, donde las fachadas parecen inmutables y las calles murmuran en vez de gritar, hay una que guarda un secreto que no sabe quedarse callado. Rue de Verneuil. Número 5 bis. Una dirección que no dice mucho… hasta que la ves.

Allí, una pared cubierta de grafitis se impone sobre la discreción parisina. No es un mural oficial. Tampoco una obra encargada por la alcaldía. Es más bien una piel. Viva, caótica, sentimental. Una capa sobre otra, sobre otra, sobre otra. Y todas dicen lo mismo: “Serge, te extrañamos, te amamos”.

Porque fue allí donde vivió Serge Gainsbourg. En esa casa, desde 1969 hasta 1991. Donde fumó sus Gitanes, escribió sus versos, amó a Jane Birkin y crió a su hija Charlotte. Y fue allí también donde sus fans comenzaron a dejar señales. Primero discretas. Luego inevitables.

Lo que empezó como un gesto aislado, con los años se convirtió en un acto colectivo. Una especie de ritual urbano. Un lugar de peregrinación donde nadie pide permiso. Donde cada mensaje borra y honra al anterior. Como si los admiradores hablaran entre sí, a través del tiempo.

Al principio, algunos vecinos se quejaron. Decían que arruinaba el paisaje. Que era sucio. Inapropiado. Pero para otros, el muro se volvió sagrado. Un punto de encuentro. De memoria. De resistencia.

Gainsbourg nunca se molestó. Nunca intentó limpiarlo. Al contrario. Veía en cada trazo una declaración de amor. Una prueba de que su música —su vida— no había pasado desapercibida.

Después de su muerte, Charlotte tomó una decisión. No tocó nada. Dejó los ceniceros con colillas. Los discos, en su lugar. Los objetos, intactos. Como si Serge fuera a volver en cualquier momento.

Y más de treinta años después, en 2023, abrió por fin la puerta. Maison Gainsbourg, le llamó. Un museo íntimo, detenido en el tiempo.

Pero hay quienes siguen creyendo que el verdadero monumento no está adentro, sino afuera. Que esa fachada, imperfecta y cambiante, dice más que cualquier vitrina. Porque no es solo un homenaje. Es una conversación. Un pulso. Un testamento colectivo al espíritu libre de un hombre que nunca pidió permiso para ser quien era.

Y que, de alguna manera, sigue allí. Detrás de los colores. Entre las letras. En cada visita, en cada foto, en cada trazo nuevo.

Serge vive. En Rue de Verneuil. En el muro.

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