Esta pieza, petrificación de la tristeza y lo fúnebre, narra una historia intrigante de garras que se clavan en la carne joven desde hace casi un siglo, en 1930. Un esqueleto alado que, de manera sorprendente, besa la frente de un hombre joven y guapo que acaba de morir. La escultura, tallada en mármol, es un homenaje a un hijo muerto.
La Aterradora Dulzura de la Muerte

Lo verdaderamente impactante de «El Beso de la Muerte» no radica en la muerte en sí misma, aunque, sin duda, facilita las cosas. Lo que estremece es la dulzura que emana de la escena. La posibilidad de que la muerte no sea traumática, de que no sea lo que se espera. La idea de que la muerte pueda ser una figura arrepentida que se acerca con suavidad, pidiendo perdón como un jefe obligado a despedir a un empleado competente.
La Disputa sobre su Autoría
La autoría de esta impactante obra no está exenta de controversia. Mientras se atribuye comúnmente a Jaume Barba, quien solía recibir encargos de este tipo, algunas voces sugieren que el verdadero artífice podría ser Joan Fontbernat, yerno del maestro Barba. Las dudas persisten, pero lo cierto es que la estatua reposa sobre la lápida del empresario textil Josep Llaudet Soler.
«El beso de la muerte» en el Cementerio de Poblenou no solo es una obra de arte funeraria excepcional, sino también un símbolo que desafía las percepciones convencionales de la muerte. La intersección entre la dulzura y lo macabro captura la atención de los visitantes, estableciendo un diálogo único entre la vida, la muerte y el arte que trasciende el tiempo.