En Ronda hay un mirador que no necesita presentación. Su nombre lo dice todo: el Balcón del “Coño”.
Quien se asoma entiende de inmediato por qué. El vacío se abre de golpe, inmenso, y el cuerpo reacciona antes que la razón: un grito, una exclamación, una palabra que se escapa sin pedir permiso. No importa la edad ni el idioma, casi todos terminan diciendo lo mismo.
“¡Coño!, ¡Vaya vista!”
Pero hay quienes cuentan otra historia. Una más antigua, con aire de leyenda. Hablan de una señorita inglesa, criada bajo las rígidas normas victorianas, que llegó a Ronda y se asomó por primera vez al tajo. La impresión fue tan grande que olvidó sus modales y soltó, en perfecto castellano, un “¡Oh, coño!”. Los rondeños que la acompañaban no pudieron contener la risa. Desde entonces, dicen, el nombre quedó grabado en la memoria popular.
Con el tiempo la anécdota se mezcló con la tradición. Hoy se cree que quien no pronuncie alguna expresión al asomarse puede atraer la mala suerte durante un año. Los tímidos se refugian en un simple “anda ya”. Otros improvisan insultos más creativos. Y los turistas extranjeros suelen aprovechar la ocasión para gritar su primera palabrota en español.
El ritual tiene algo de liberador. Como si al gritar se venciera un poco al miedo. Como si el eco se llevara las preocupaciones y las devolviera transformadas. Quien susurra siente menos catarsis, pero también participa del juego.
Al final, el Balcón del “Coño” no es solo un mirador. Es un lugar donde la vista corta la respiración y la tradición arranca sonrisas. Un espacio suspendido entre el vértigo y la risa, entre la historia y el instinto.
